Su música, tradicional del Pacífico sur, habla del desplazamiento y también cuenta la historia de los pueblos y sus vivencias. | Foto: Archivo

La cantaora que hizo de sus canciones un camino para sanar y resistir

Para la sabedora Daira Akina Razana, la música ha sido el vehículo para sanar heridas profundas, incluido el desplazamiento forzado. En Bogotá, con su escuela de saberes ancestrales, se ha dedicado a trabajar por las comunidades afro y las familias víctimas de la violencia.

23 de agosto de 2021

Bajo los troncos de guayabo que crecían en los potreros de su padre, la joven Daira Elsa Quiñones empezó a tararear, componer y cantar sus primeras canciones. Su nombre ancestral es Daira Akina Razana, que traduce “Madre reina llena de virtud y sabiduría, en conexión con los ancestros”. Y es esa conexión, dice, la que la ha mantenido cantando.

 

Para Daira, abuela mayor en saberes ancestrales, cantaora, líder comunitaria y defensora de los derechos humanos, su voz le ha permitido sanar los grandes dolores de su vida, e incluso, los dolores de otros. 

 

Creció en Tumaco, Nariño, y allí formó su voz y aprendió ese conocimiento que por generaciones ha estado en su familia. Fue Tumaco, también, la tierra que la vio partir cuando su labor empezó a resultar incómoda para los grupos armados que allí se asentaban. 

 

De saberes ancestrales

A la naturaleza vamos a jugar 

A la naturaleza vamos a jugar 

Como a ella le gusta vamos a cantar 

Como a ella le gusta vamos a cantar 

(Estrofa de la canción de Daira ‘Nuestra madre herida de muerte’)

 

Buena parte de su vida la pasó inmiscuida en el barro, los ríos y los paisajes tropicales, elementos que han sido fuente de inspiración para sus canciones y que también la han llevado a crear una conexión especial con el territorio.

 

De esos años en los que la dominaba un espíritu curioso e inquieto, cuando aún era una niña, Daira recuerda con gracia cómo sus padres, sus abuelos y sus tíos le enseñaban todo el conocimiento que ellos habían aprendido y experimentado.

 

“Cuando mi madre iba a hacer alguna sanación me enviaba al patio a traerle plantas. Yo me enojaba, porque en ese momento no entendía que me había elegido para transmitirme todo lo que ella sabía”, cuenta Daira sobre su madre, una partera y curandera reconocida en la comunidad. 

 

Ella la instruyó en la curandería, en el uso de las plantas medicinales y en cómo recibir y dar vida.  Por sus abuelos desarrolló un amor por los instrumentos de percusión, en especial la marimba y el bombo; de sus tíos conoció sobre la vida comunitaria y con su padre aprendió de oraciones y gastronomía.

 

“Fui afortunada por lo que mis mayores me transmitieron. Ellos han sido fundamentales para reconstruir la memoria, reconstruir la historia, para saber de dónde venimos y a dónde vamos”, narra Daira con una gran sonrisa.

 

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De joven, Daira participó en la emisora de Tumaco, llamada Radio Difusora Cultural Ecos del Litoral. Hoy en día se encuentra cerrada. Con otros compañeros, espera poder retormarla virtualmente. Foto: archivo personal. 

 

El día en el que su tierra la vio partir

En Colombia nos desplazan

Y nos matan sin disparar

porque algunos han perdido toda sensibilidad

Y yo no vengo a llorar

La vida me puso aquí, 

para seguir denunciando lo que nos sigue pasando

(Estrofa de la canción de Daira ‘Homenaje a la vida’)

 

 

En Tumaco, Daira se desempeñó como maestra rural. Una labor que le permitió adentrarse en las necesidades de las comunidades, muchas de las cuales habían perdido sus tierras ancestrales y cultivos nativos por la expansión industrial de la palma africana. 

 

La temperatura y las propiedades de los terrenos permitieron que se establecieran varias parcelas de esta especie en el municipio. De acuerdo con informes de la Federación Nacional de Cultivadores de Palma de Aceite (Fedepalma), mientras en 1965 había 9.848 hectáreas sembradas con palma de aceite en este territorio, para 1990 la cifra ya subía a 35.476.

 

Fue entonces cuando Daira decidió, junto a un grupo de compañeros, iniciar un proceso para recuperar sus tierras en 1998. El primer paso fue la conformación del Consejo Comunitario de la Nupa, en la vereda El Porvenir, que en sus inicios estuvo integrado por unas 120 familias afectadas.

 

“Identificamos un predio e hicimos que el Gobierno lo titulara. El Ministerio de Defensa, a quien le pertenecía, lo devolvió al Instituto Colombiano de la Reforma Agraria y esta entidad nos lo integró como un proceso etnohistórico. Se reconoció que era tierra ancestral y por tanto nos correspondía”, cuenta sobre su primera hazaña. 

 

Los cambios que se esperaban con esta victoria jurídica no alcanzaron a darse para beneficiar a los pobladores. El conflicto armado en la región tomó fuerza y convirtió al municipio en el campo de batalla de varios grupos armados que se disputaban el control sobre los cultivos de coca y las rutas del narcotráfico.

 

Con estas nuevas dinámicas llegaron también las amenazas en su contra. Le decían que iban a acabar con su vida y la de sus compañeros. Pero con el objetivo de continuar con las clases a los pequeños y con la alfabetización de los padres de familia, Daira siguió visitando las zonas rurales del municipio, escondida en el baúl del carro de un médico amigo. Así lo hizo durante cuatro años, hasta que la situación no fue sostenible y tuvo que desplazarse a Bogotá. 

 

“Es un momento que no he olvidado, eso nunca se olvida. Pero lo cierto es que he ido sanando con mi arte”, dice Daira a sus 64 años. El canto y las letras de sus canciones han sido cruciales para curar sus heridas. 

 

Su música, tradicional del Pacífico sur, habla del desplazamiento, de la historia de los pueblos y las vivencias de sus gentes. Con ella ha llegado a diferentes escenarios en la capital del país, donde Daira se ha presentado junto a su grupo de cantaoras de Raíces del Manglar. La Catedral Primada de Bogotá, la Feria Internacional del Libro, el Teatro Colón y el teatro del colegio Champagnat han sido algunos de los espacios que han escuchado su potente voz. 

 

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En Cundinamarca, la abuela Daira está iniciando una huerta, en una finca con la que espera ayudar a más mujeres. Foto: archivo personal.

 


« A través de la música, la danza y el teatro podemos dimensionar lo que nos pasa. Ahí es donde yo tomo la música como vehículo para sanar, educar y comunicar»

Daira Akina Razana


 

 

Una oportunidad para enseñar 

Bogotá llegó 

Eres como mariposa 

Que vuela de flor en flor 

Adornado de paisajes

Lleno, de luz y color 

Mariposa negra arare 

Por aquí pasó arare 

(Estrofa de la canción de Daira “Mariposa Negra”)

 

En Bogotá, equipada con dos maletas, una para su ropa y otra con los instrumentos necesarios para su labor de partera, su voz fue su sustento y le permitió encontrarse con otras mujeres víctimas del conflicto. Con ellas creó la Asociación Mutual para el Desarrollo Integral y el Empresarismo (AMDAE), una organización con enfoque social para mejorar la calidad de vida de las familias víctimas de la violencia a través de distintos proyectos culturales y productivos. 

 

Esta iniciativa de innovación social fue la ganadora en la XV versión del Premio Cívico Por una Ciudad Mejor en Bogotá 2013, por su trabajo con las comunidades de La Candelaria, Santa Fe, Bosa y Usme. En estas localidades, hasta esa fecha, la asociación impactó a 1.680 familias con su mensaje y proyectos. 

 

Daira también creó la Escuela de Saberes y Haceres para el Derecho Propio, con el fin de mantener viva la ancestralidad y recuperar las tradiciones de los pueblos negros del pacífico que se han visto obligados a desplazarse por fuera de sus territorios.

 

En ese espacio comparte sus conocimientos sobre partería, sobandería, siembra de plantas, espiritualidad, música y danza. Se guía por lo que ella llama el adentro y el afuera. El primero se refiere al reconocimiento del ser y a su fortalecimiento, mientras que el segundo tiene qué ver con la relación con los otros. 

 

Para la joven sabedora Aura Carreño, quien conoció hace aproximadamente unos siete años a la abuela Daira y ha desempeñado distintos roles en su organización, su encuentro con la abuela sabedora le ha permitido fortalecer su identidad y ahondar en sus raíces. “Todo ese conocimiento que me ha aportado me ha servido para fortalecer mis procesos como artista, activista afrocolombiana, docente e investigadora”, dice. 

 

Martha Lucía Méndez conoció a Daira en las calles, cuando era una trabajadora informal. “La abuela Daira me decía que tenía que salir de la calle, que había otras formas de vivir, de tener una vida digna”, relata. Tiempo después, decidió tener su propio negocio, una tienda de comida para mascotas, y se involucró directamente con la organización comunitaria que Daira dirige. 

 

Un reconocimiento a la memoria histórica

Plátano maduro y verde, caramba

Caminando voy 

Rompiendo el silencio

Caminando voy

Matando el dolor

Caminando voy

(Estrofa de la canción de Daira “Plátano Maduro y Verde”)


 

Hoy, ambas mujeres preparan lo que será la Fiesta del Plátano, un evento para destacar y fortalecer “la diversidad de los pueblos étnicos, afro, negro, raizal y palenquero” a través del rescate de recetas culinarias. El evento se llevará a cabo el fin de semana del 8 de octubre, en el Teatro Al Aire libre La Media Torta de Bogotá. 

 

El plátano fue escogido como el eje del evento por su importancia en la historia de la diáspora africana. “Este alimento fue haciendo un camino junto con nuestros ancestros por el mundo y hoy podemos articularnos de nuevo en torno a él”, explica Daira. 

 

Hoy, casi 60 años más tarde y lejos de aquellos árboles que la oían cantar, Daira continúa componiendo y reflexionando a través de su música y su labor comunitaria sobre lo que ocurre en Tumaco y otras zonas de Colombia con alta presencia de población afrodescendiente.

 

"Por supuesto que me da miedo, pero no voy a dejar de hacer lo que tengo que hacer. Todavía hay mucho por enseñar, por cambiar. Si no lo hago hoy, qué le vamos a dejar a las futuras generaciones”, dice con un sentido de responsabilidad que es posible deducirlo en sus ojos.